Gotas de nostalgia se
vuelven olor a cafe, la plaza llena
y el atardecer a lo lejos empieza a envejecer. A tu salud.
Las miradas perdidas caminan por doquier
a veces se cruzan y se miran sin querer
formas moviéndose en vaivén... nostalgia.
y el atardecer a lo lejos empieza a envejecer. A tu salud.
Las miradas perdidas caminan por doquier
a veces se cruzan y se miran sin querer
formas moviéndose en vaivén... nostalgia.
Todo empezó aquel día cuando quedaron de verse
en aquel lugar, Sara nunca llego. Con el paso del tiempo a su olvido se
acostumbró; la soledad le fue matando poco a poco, lentamente como lo hace los días
de otoño antes que el frio llegue y congele cualquier intento de vida.
Su ausencia le acompaño todos los días de su
vida, jamás pudo olvidarla; un día, como cualquier otro se casó, tuvo tres
hijos a los que nunca amo tanto como hubiese querido, siempre estuvo ausente,
divagando en aquel recuerdo ya muy lejano, tan lejano que aun cuando sufría; ya
no recordaba por qué.
Al final encontró un buen trabajo, ¿para qué? Si
ya no la tendría a su lado. Su mujer, una linda campirana, le entrego una clase
de amor que él no conocía, aquella mujer paso sus mejores años cuidando de su
tristeza, a él le entrego su primer y último beso; y por fin parecía estar en
paz, con su presente y su pasado.
Hoy su hija sostiene la taza de café mientras Él,
inerte mira el horizonte, - ¡Papa! - Le dice aquella voz, primero lejana, tan
lejana que apenas alcanza a distinguir de quien se trata, - ¡Papá!, Toma te he
preparado este café te caerá bien. -
- ¿Estás pensando en ella verdad? A mí no me
engañas, desde que murió mama vienes más seguido aquí, ella ya no vendrá. -
Setenta
años y un día, suspiro y la dejo partir…